El frío nos empujaba
y yo oía tu voz rozar mi cadera
sin ni siquiera habernos mirado.
La lluvia, insistente, penetra,
El calor fatigador huía
y yo por la senda buscaba tu luz
sin ni siquiera haberte probado.
Te disfrazabas de fragancia entre las pestes.
Las estrellas nos acurrucaban
y yo, inocente,
permitía que me quitaras la vida.
Amarga rutina, eterna,
nos envuelves entre tus sábanas
y nos ahogas.
Yo muero de asfixia
y aspiro, inconsciente, a un nuevo día.